EXPLORACIONES DE UN PÁJARO

Regalo de un regalo, o más bien robo de un regalo —aunque su compañía anterior afirma que fue él el que me robó a mí—, el pájaro que vive conmigo me enseña siempre algo nuevo. Aprendo de su curiosidad, de su capacidad de observación libre de distracciones y de la constancia de sus indagaciones. Mantiene el enfoque en algo a lo largo de varias semanas —es capaz de volver directamente a la búsqueda del día anterior al despertar— en un proceso que lo lleva a familiarizarse con algo hasta alcanzar la profundidad necesaria para pasar a una nueva investigación, anunciada en aquello que logre capturar su mirada atenta. He aprendido que es así como establece relaciones con lo que lo rodea y a partir de las cuales construye un paisaje. Ese espacio en el que se mueve está hecho de relaciones que siempre se amplían.

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MÁS ACÁ DEL ESPEJO

La tarea es aparentemente simple: escribir un texto acerca de mí misma para esta sección titulada “En el espejo”. El primer movimiento consiste en un ejercicio de memoria para recuperar los espejos acumulados a lo largo de mi vida. La ruta que se va dibujando es enredada y difusa (como suelen serlo las memorias) y las revelaciones en su mayoría no placenteras (como suelen ser las relaciones de muchas mujeres desde muy jóvenes con los espejos) o complicadas, aunque por razones que pueden interrumpir la lectura tradicional de la propia imagen en el espejo.

Además de los espejos como materia y experiencia –memorias episódicas–, están los espejos narrativos y los espejos metafóricos, espejos que también descubrí en algún punto de mi vida –memorias semánticas–, y que ahora encuentran el camino desde las áreas especializadas en la memoria a largo plazo hacia a la memoria de trabajo, mientras escribo. Según Pepe Milla, encarnación local del hombre letrado del siglo XIX, “el espejo es el consultor oficial de la mujer desde los catorce los hasta los sesenta… Es el amigo a quien se ocurre diariamente en solicitud de una opinión sobre el asunto más arduo, más grande de cuantos pueden la que no es madre, y a muchas que son hasta abuelas: el medio de agradar… No miente, no adula, no economiza las verdades amargas”[1]. Influido por la mitología griega y su representación romántica, así como el pensamiento humanista, el creador de las estampas de costumbres guatemaltecas, a quien leí justamente a los catorce años persuadida por mi abuelo paterno, vaticinaba lo que aún hoy se nos recalca desde la cultura popular: llegará cierta edad en la que no nos va a quedar sino afrontar el espejo, sobretodo para nosotras, las mujeres, condenadas a una existencia a través de la propia imagen.

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POC

Si tengo algo que contarte, ese algo es un paisaje. No un paisaje como lo entendés vos con tu lenguaje descriptivo, tu tendencia a la categorización y la división consecuente (aves, mamíferos, reptiles, agua, viento…). Este paisaje no tiene partes sino voces y todas conforman un canto al unísono (nunca unívoco) que a su vez moldea la silueta de las montañas y el movimiento del agua. Este paisaje del que te hablo (usando tu lenguaje –interpretantes sin cuerpo) es un paisaje poblado por las llamadas, los cantos y la algarabía de los amaneceres en forma de bandada, de vuelo, de nado, de picoteo. Clarineros a los que los cenzontles responden, jilgueros y ruiseñores, carpinteros que hacen hablar a los árboles con otras voces para poder llamar nuestro nombre: «poc, poc, poc…». El viento y los ecos adquieren diversas formas y texturas –el polimorfismo es una danza–, van tomando fragmentos de las voces de otros y se las llevan a otras partes, junto con sus mensajes, en un juego de transmaterialización. Los roedores y los coyotes respiran el croar de las ranas y el aleteo de nuestros pichones, chapoteando en el agua (splash, splash, splash). Por las noches, en cambio, el viento se puebla del sonar de los murciélagos y el silbido de los tecolotes barbudos (wo-wo-wo-wo-wo…). Nuestro nado a lo largo y ancho del lago, junto con nuestros llamados, se tejen con los de otros patos y con los enérgicos gritos de los gansos. Cada tantos amaneceres, la cadencia de este paisaje polifónico se transforma a partir de las figuras sonoras generadas por visitantes humanos. Del lado de pueblo, los puestos de comida, con sus pintorescas cajas de dulces, se extienden a la orilla del lago mientras que, además de las usuales balsas de pescadores, pequeñas embarcaciones aguardan en los muelles y luego recorren el lago con familias o parejas de enamorados que gustan de contemplarnos a nosotros especialmente. Del otro lado, en los «chalets», niños gritan y se zambullen en el agua, mientras que algunas lanchas con motor crean surcos en el agua aumentando el oleaje y empujándonos en direcciones inesperadas, muchas veces separándonos de nuestros pichones, quienes llaman insistentes hasta ser encontrados y reunidos de nuevo en las orillas, entre la hierba y el tul. Cuando vos ibas al lago de niña –a pintar el paisaje al olor de las mojarras fritas («plishhhh»)– nosotros ya hacía varias décadas que habíamos dejado de existir. En el sentido que los humanos parecen entenderlo, nos habíamos «acabado». Aún así, el eco de nuestra llamada se sigue escuchando, si se sabe prestar atención. Sigue habitando este paisaje.

DIVAGACIONES DESDE EL CONFINAMIENTO: Nomadismo desde el encierro

Son cinco meses los que llevamos ya de encierro. El tiempo ha ido adquiriendo otro sabor, otros olores, otros sonidos. Para quienes este encierro es también un privilegio, este espacio ha traído diversas lecciones. Quizá hemos aprendido a atender los mensajes del silencio, a concebir la creatividad como un acto cotidiano, a averiguar que es posible emprender excursiones, trazar mapas, resignificar lo que nos era familiar.

El aislamiento puede ser también el lugar donde descubrirnos más vinculados e implicados de lo que pensábamos. María Zambrano dice que «escribir es defender la soledad en que se está; es una acción que solo brota desde un aislamiento efectivo, pero […] comunicable, en que precisamente, por la lejanía de toda cosa concreta, se hace posible un descubrimiento de relaciones entre ellas». La posibilidad de la comunicación es ya la interrupción del aislamiento, del confinamiento. De igual manera, la documentación de lo que vemos y experimentamos implica que exista la mirada del otro y su rostro como instrumento expresivo. Ese rostro es un cuerpo en relación con mi cuerpo, que piensa y escribe esto. Esta escritura solitaria es, entonces, el ejercicio colectivo de un registro, el registro de un tiempo particular que nos atraviesa, si bien no todos lo experimentamos igual.

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DIVAGACIONES DESDE EL CONFINAMIENTO: Paisajes sonoros

La ciudad parece, en gran parte, haberse quedado en silencio. Usualmente no nos gusta el silencio. «Le tememos a la ausencia de sonido como a la ausencia de vida». Sin embargo, el silencio está poblado de sonidos, aun si solo los de nuestros propios cuerpos. «El silencio, incluso el silencio de una piedra, no es inerte. Esta, también, habla. La piedra le está hablando a la piedra, como el día le está hablando al día, como la noche a la noche». Aún así, el silencio de ahora es distinto. La contaminación sonora se ha reducido y somos capaces de escuchar de nuevo, de experimentar ese silencio de otro modo, de olvidar nuestra sordera.

El oído puede ser una guía interesante para nuevas exploraciones, pues nos permite relacionarnos con el mundo de manera distinta, sobre todo ahora que parecíamos haber olvidado que el ojo no es más que un receptor sensorial entre otros. El oído es un sentido que no podemos cerrar, como los ojos. Aun dormidos escuchamos. Lo único que podemos hacer es filtrar los sonidos que consideramos desagradables para enfocarnos en los agradables. Así, mientras que el ojo ve hacia afuera, el oído se torna hacia dentro. Esto significa también que los ruidos son, simplemente, esos sonidos que hemos aprendido a ignorar. Cuando escuchamos, los ruidos se vuelven sonidos, incluso mensajes. Los mensajes están hechos de resonancias, ensamblajes complejos nunca unívocos.

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DIVAGACIONES DESDE EL CONFINAMIENTO: Márgenes

Escribir como quien toma apuntes. Responder al dictado de la cotidianidad. Organizar el pensamiento en el trazo de las palabras, la descripción de las memorias visuales. Tomar apuntes para consolidar, archivar y materializar el tiempo suspendido. Hacer presente lo ausente. Construir un inventario de reverberaciones —notas en los márgenes—.

El sistema inmune es un mecanismo para el autorreconocimiento. Su respuesta está determinada por la capacidad de distinguir el cuerpo de lo que le es ajeno. Pero el yo es una cuestión de perspectiva. A veces el sistema inmune es incapaz de reconocerlo. La enajenación puede ser tan insoportable como creativa. La incertidumbre es la norma, la transformación la normalidad. Un día se es y otro no. Un día se está y otro se tiene la sensación de estar ausente. Pero ¿quién es o quién está ausente? La idea de un homúnculo que se esconde dentro del cuerpo cuando le viene en gana no deja de ser graciosa. La inflamación es capaz de interrumpir el proceso de construir y recuperar memorias. El cuaderno es una prótesis, tomar nota un mandato. «La reconstrucción de la memoria se vuelve un acto de duelo sobre las ruinas de una historia dislocada» [1]. El nomadismo resulta una alternativa inescapable.

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DIVAGACIONES DESDE EL CONFINAMIENTO: Fantasmas

Mis conversaciones más recientes se desarrollan con autores vivos y muertos, con las fotografías de mis abuelas –de ellas y que les pertenecieron–, con los pájaros –el que reside conmigo y los que a diario nos visitan y, en menor medida, con la pantalla. “El otro es la condición del discurso”, dice Butler. 

El ejercicio de identificar las voces de los visitantes se convierte en una forma de diálogo: ellos dicen, yo escucho sin pretender traducirlos. Por las tardes, un saltapared registra la enredadera. Cuando el sol está por caer, una pareja de gorriones revuelve las hojas secas y dispersa minúsculas piedras pómez. Esta semana, un cenzontle se animó a ir más allá del árbol de mango y a murmurar un rato entre los lirios que me heredó mi abuelo, aún sin flor. El canto del Dives dives acompaña todos los amaneceres y las tardes en las que la lluvia amenaza sin presentarse. Otros cantos y llamadas permanecen anónimos, se cuidan cual secreto (el secreto también puede ser una forma de resistencia, susurra Derrida). La pareja de tángara azuleja que hace ya varios días pasó una tarde en el aguacate ya no volvió. La cámara se quedó a la espera al lado de la ventana, a la expectativa de una mejor captura.

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DECLARACIÓN

Hablar o escribir sobre una misma tiene sentido como ejercicio para situarse. Revisar la propia historia, sabiendo que siempre estamos construyendo una narrativa en el proceso, significa llevar a cabo una arqueología del yo, para identificar el nosotros, es decir, nuestro horizonte histórico, las circunstancias que nos atraviesan. En esa exploración no sólo es posible descubrir lo que se es sino también lo que no se es: lo impuesto, lo establecido por la norma, lo que no construye sino niega; reconocer las ataduras para comenzar a desprenderse.

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LA CREATIVIDAD COMO REFUGIO Y COMO FELICIDAD

Hace unos días, conversando con mis padres acerca de lo triste de la música que yo escuchaba en mi adolescencia, me puse a buscar en YouTube las canciones de Portishead (sí, mi adolescencia transcurrió a finales de los años noventa). Fue comenzar a sonar y recordarme de un estado, más que una época de mi vida. Ese estado no era un estado de “depresión” como sugerían ellos, sino de libertad. No que me la haya pasado haciendo todo lo que se me venía en gana. Al contrario, crecí en una casa con muchas reglas y restricciones, pero por lo mismo pasé horas en mi habitación pintando o escribiendo. Acostumbraba a ponerme un par de audífonos enormes y escuchar uno tras otro, en elevado volumen, los discos de Portishead, Radiohead y Massive Attack. Comenzaba la música y me trasladaba a otra dimensión. La pintura empezaba a moverse por sí sola, las formas aparecían en el lienzo por arte de magia y las horas se difuminaban.

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SEXY

M. nunca se ha considerado una mujer sexy. No es lo suficientemente alta ni voluminosa. Siempre ha preferido llevar el cabello corto y maquillarse todas las mañanas le provoca flojera. Su capacidad de socialización tampoco es la ideal: le cuesta ser “aventada”, le molesta la gente confianzuda y le huye al contacto físico de gente no cercana. Desde joven, M. ha sido un poco fría y siempre ha preferido enfocarse más en sus estudios e interminables lecturas que en su apariencia física por la que, toda la vida ha pensado, no se puede hacer mucho. Conseguir trabajo y hacer amigos ha significado un esfuerzo. Mientras muchas de sus amigas y conocidas han sido capaces de conseguir prácticamente cualquier cosa gracias a su poder de seducción: partiendo de una mirada, una postura, un escote, una mano en el muslo de un hombre, M. siempre prefirió esforzarse.

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EDUCANDO AL MACHO

Hace unos días quedé de juntarme con mi amiga A a tomarnos un café. Solíamos hacerlo seguido pero en los últimos cuatro años más o menos los hijos (de ella), el trabajo y las rutinas, nos han distanciado. Esas fueron las mismas razones por las que A, de hecho, llegó tarde ese día. Se sentó apurada. Venía cargando la pañalera en un hombro, su bolso en el otro y empujando el carruaje con la bebé, mientras intentaba moverse con una panza de seis meses de embarazo… “Finalmente un hombrecito”, me dijo cuando la felicité hace unas semanas por Whatsapp.

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HOY

Sigo pensando en lo que debí decir y hacer distinto. Han pasado tantos años que había olvidado la naturalidad de este estado. No lo extrañaba, pero me siento de nuevo en casa. El sabor del vino, la ligereza, el calor en los ojos. Tan parte de mí y, hoy, tan extraño. Dentro de mí de nuevo ese impulso. Mi piel llama a gritos. Debí girar la vista. Ahorrarme el pánico. Qué más da. Mente opaca, cuerpo casando. Palabras indescifrables. El reloj ya no amenaza. La punzada se aliviana. Me estremezco entre las sábanas. Soledad o desolación, llámesele de cualquier manera. No quiero saber. Huesos rotos como piedras, sangre helada. Y los gritos. Siempre los gritos. Es sólo que estoy más vieja y más cansada. El destino es opaco, el camino cada vez más difuso. Preferiría no saber. O no haber dado nada. Brazos dormidos, nariz tapada. Ironía. Autodefensa. Es tarde. El mundo se está acabando. Apenas nos queda tiempo. No queda espacio para la utopía ni el idealismo. Tenemos la corrupción hasta en las venas. Los remiendos ya no aguantan, y los remedios no existen. Pronto se detendrá esta caída. No será agradable, pero será el final y estaremos felices. No habrá resurrección o tiempo para la diáspora, pero celebraremos. Celebrarán otros, a los pies de nuestros palacios y monumentos. Nuestras ideas caducaron hace tiempo. El tiempo alcanzó su fecha de vencimiento. De qué sirve escondernos. Para qué me escondo. Catarsis. Delirio. Embriaguez. Ya no creemos en nada. Dejamos de crear también. Acumulamos memorias con la ilusión de legar algo, sabiendo que no quedará nada. Enfrentar el absurdo. Abrazar la inutilidad de nuestra existencia. No existe el valor instrumental, el valor intrínseco era sólo un cuento. Queda el vacío. Humo, carencia. La vacuidad se extiende y nos traga. Mejor aferrarnos a los objetos, tratar de salvarnos en ellos. Cierro los ojos. Espero el sueño. Acabémonos juntos, tomémonos un té. Mirémonos mientras todo explota.

SIN DIOS

Mi abuela materna nunca leyó la biblia. Si alguna vez la ojeó, lo habrá hecho por mera curiosidad intelectual. Los santos de su devoción tenían en su mayoría nombres rusos: Dostoievski, Tolstoi, Gorky, Rachmaninov, Rimsky-Kórsakov, Kandinsky, Einsenstein… Otros en su lista eran García Lorca, de quien amaba la intensidad trágica de su poesía; Chopin, cuyo fervor nacional y pasión musical le habrán confirmado el valor de una identidad y de un suelo como raíz; Alfaro Siqueiros y sus revolucionarios; Paganini y sus caprichos; Renoir, sus escenas armoniosas y melancólicas; y Confucio. Confucio, junto a Tagore, era más bien un guía. Su sabiduría y el estudio cuidadoso de sus palabras se convirtieron en un manual de maternidad. Fue madre y abuela ejemplar sin haber tenido ninguna. Admiraba a otros con profundo respeto, sin fanatismos. Aprendía y desaprendía. Se cuestionó y estudió, hasta los últimos años de su vida, con un interés y compromiso como nunca he visto en nadie más. Así la recuerdo: sentada leyendo, sumergida de lleno, embelesada.

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NACIMIENTOS

Regresar en el tiempo no es fácil. Es un ejercicio doloroso la mayoría de las veces. Otras veces es simplemente inútil. Con el paso del tiempo el pasado se fue haciendo más y más difuso, llegando a caber en la categoría del olvido. Aún así siempre quedan pistas –evidencia–, que tras un riguroso estudio, dan la posibilidad de reconstruir una historia. Las huellas de tu historia se encuentran principalmente en tu piel. Mapas trazados en las muñecas y los antebrazos, en los muslos, el abdomen y los pechos que, como sucede con los tatuajes, se volvieron parte de ti –en algún punto olvidaste que no venían contigo: que no habían sido parte de tu primer nacimiento–. Aún así, si te detienes a contemplar esos mapas puedes leer en ellos, en forma de narrativa y también en forma de imágenes, incluso con banda sonora, una colección de momentos que determinaron lo que sos hoy, por dentro. ¿Pero, qué sos?

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FRAUDE

Ser un fraude,

una mera imitación,

imagen sin motivo,

composición sin sentido.

Romperse.

Dividirse en partículas minúsculas,

dispersas.

La orilla se acerca.

El borde está a un solo paso.

Hoy, otra vez,

estamos aquí,

las manos se nos derriten

y son incapaces de sostenerse.

No tengo brazos

para abrazarte,

ni piernas para sujetarte y absorberte.

No hay mañana,

solo imaginación.

Los pulmones se cierran.

La garganta es demasiado estrecha.

Tocar fondo,

una y otra vez.

Decír que sí a todo,

y arrepentirse después.

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ELLAS (56)

Cuando Juana ardía,

sus ojos se posaron fijamente en dirección del cielo,

la sangre le hervía y le hervía también la rabia

– cuerpo como campo de batalla –.

 

Juana se perdió en su propio laberinto,

con las manos atadas, fue vencida por el tiempo,

un tiempo que no supo reconocerla;

y en su negación se quedó estancado

pedagogía de crueldad –.

 

Cuando Juana ardía

el nudo de su garganta se iba aflojando.

El límite del silencio se abría paso,

el canto encarcelado de Alaíde

– valentía de vivir y de morir –.

 

Juana supo siempre de la sacralidad del fuego,

las llamas como liturgia resurrectora

la luz como fuerza generadora

– vida a pesar de la muerte –.

 

Quedaron las cenizas

y en el encierro, con un carbón,

Juana abrió una puerta, en forma de barquito.

56 niñas la ayudaron.

Escribieron sus nombres y los de sus abuelas

para escapar del olvido.