CONEXIONES Y POTENCIAS

Han pasado dos años de pandemia. Las noticias o comentarios publicados antes de la llegada del COVID-19 parecen pertenecer a otro mundo, la percepción de la realidad allí plasmada ya no existe, se transformó de manera abrupta. Lo que se daba por sentado acerca de muchas cosas se disolvió en poco tiempo mientras otras dinámicas, quizás antes inimaginables se hicieron parte de nuestras vidas. Perdimos, quizás sobre todo, nuestras certezas, la seguridad que conservábamos, les habitantes del siglo XXI e hijes de la modernidad occidental, de que el paso de los días tenía cierto ritmo, cierta linealidad.

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RUTAS

Aunque en esta ciudad muchas personas han vuelto a conquistar las calles y los restaurantes, otras muchas siguen sin trabajo y sin garantías de salud. La muerte se sigue llevando en silencio —o en la abstracción de las cifras manipuladas que transmiten los medios— a tantas otras. El cempasúchil, o flor de muerto, floreció temprano este año y se convierte hoy en una especie de augurio. Aún así cabe recordar que «la vida es una ventana de vulnerabilidad, y parece un error cerrarla» [1].

La tradición occidental entendió la naturaleza en contraposición a los seres humanos. La primera, como pasiva y mecánica. Los segundos, como con intencionalidad y agencia. El conocimiento que se desarrolla desde las ciencias naturales es, así, la licencia para el dominio de la naturaleza. El papel activo del mundo natural y de todas las demás especies con las que cohabitamos se fue quedando fuera de las instituciones modernas y del saber general si bien otras nociones han sido resguardadas por otras formas del saber en dimensiones no científicas. Ahora esa división se ha dislocado.

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DIVAGACIONES DESDE EL CONFINAMIENTO: Nomadismo desde el encierro

Son cinco meses los que llevamos ya de encierro. El tiempo ha ido adquiriendo otro sabor, otros olores, otros sonidos. Para quienes este encierro es también un privilegio, este espacio ha traído diversas lecciones. Quizá hemos aprendido a atender los mensajes del silencio, a concebir la creatividad como un acto cotidiano, a averiguar que es posible emprender excursiones, trazar mapas, resignificar lo que nos era familiar.

El aislamiento puede ser también el lugar donde descubrirnos más vinculados e implicados de lo que pensábamos. María Zambrano dice que «escribir es defender la soledad en que se está; es una acción que solo brota desde un aislamiento efectivo, pero […] comunicable, en que precisamente, por la lejanía de toda cosa concreta, se hace posible un descubrimiento de relaciones entre ellas». La posibilidad de la comunicación es ya la interrupción del aislamiento, del confinamiento. De igual manera, la documentación de lo que vemos y experimentamos implica que exista la mirada del otro y su rostro como instrumento expresivo. Ese rostro es un cuerpo en relación con mi cuerpo, que piensa y escribe esto. Esta escritura solitaria es, entonces, el ejercicio colectivo de un registro, el registro de un tiempo particular que nos atraviesa, si bien no todos lo experimentamos igual.

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DIVAGACIONES DESDE EL CONFINAMIENTO: Paisajes sonoros

La ciudad parece, en gran parte, haberse quedado en silencio. Usualmente no nos gusta el silencio. «Le tememos a la ausencia de sonido como a la ausencia de vida». Sin embargo, el silencio está poblado de sonidos, aun si solo los de nuestros propios cuerpos. «El silencio, incluso el silencio de una piedra, no es inerte. Esta, también, habla. La piedra le está hablando a la piedra, como el día le está hablando al día, como la noche a la noche». Aún así, el silencio de ahora es distinto. La contaminación sonora se ha reducido y somos capaces de escuchar de nuevo, de experimentar ese silencio de otro modo, de olvidar nuestra sordera.

El oído puede ser una guía interesante para nuevas exploraciones, pues nos permite relacionarnos con el mundo de manera distinta, sobre todo ahora que parecíamos haber olvidado que el ojo no es más que un receptor sensorial entre otros. El oído es un sentido que no podemos cerrar, como los ojos. Aun dormidos escuchamos. Lo único que podemos hacer es filtrar los sonidos que consideramos desagradables para enfocarnos en los agradables. Así, mientras que el ojo ve hacia afuera, el oído se torna hacia dentro. Esto significa también que los ruidos son, simplemente, esos sonidos que hemos aprendido a ignorar. Cuando escuchamos, los ruidos se vuelven sonidos, incluso mensajes. Los mensajes están hechos de resonancias, ensamblajes complejos nunca unívocos.

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DIVAGACIONES DESDE EL CONFINAMIENTO: Márgenes

Escribir como quien toma apuntes. Responder al dictado de la cotidianidad. Organizar el pensamiento en el trazo de las palabras, la descripción de las memorias visuales. Tomar apuntes para consolidar, archivar y materializar el tiempo suspendido. Hacer presente lo ausente. Construir un inventario de reverberaciones —notas en los márgenes—.

El sistema inmune es un mecanismo para el autorreconocimiento. Su respuesta está determinada por la capacidad de distinguir el cuerpo de lo que le es ajeno. Pero el yo es una cuestión de perspectiva. A veces el sistema inmune es incapaz de reconocerlo. La enajenación puede ser tan insoportable como creativa. La incertidumbre es la norma, la transformación la normalidad. Un día se es y otro no. Un día se está y otro se tiene la sensación de estar ausente. Pero ¿quién es o quién está ausente? La idea de un homúnculo que se esconde dentro del cuerpo cuando le viene en gana no deja de ser graciosa. La inflamación es capaz de interrumpir el proceso de construir y recuperar memorias. El cuaderno es una prótesis, tomar nota un mandato. «La reconstrucción de la memoria se vuelve un acto de duelo sobre las ruinas de una historia dislocada» [1]. El nomadismo resulta una alternativa inescapable.

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DIVAGACIONES DESDE EL CONFINAMIENTO: Fantasmas

Mis conversaciones más recientes se desarrollan con autores vivos y muertos, con las fotografías de mis abuelas –de ellas y que les pertenecieron–, con los pájaros –el que reside conmigo y los que a diario nos visitan y, en menor medida, con la pantalla. “El otro es la condición del discurso”, dice Butler. 

El ejercicio de identificar las voces de los visitantes se convierte en una forma de diálogo: ellos dicen, yo escucho sin pretender traducirlos. Por las tardes, un saltapared registra la enredadera. Cuando el sol está por caer, una pareja de gorriones revuelve las hojas secas y dispersa minúsculas piedras pómez. Esta semana, un cenzontle se animó a ir más allá del árbol de mango y a murmurar un rato entre los lirios que me heredó mi abuelo, aún sin flor. El canto del Dives dives acompaña todos los amaneceres y las tardes en las que la lluvia amenaza sin presentarse. Otros cantos y llamadas permanecen anónimos, se cuidan cual secreto (el secreto también puede ser una forma de resistencia, susurra Derrida). La pareja de tángara azuleja que hace ya varios días pasó una tarde en el aguacate ya no volvió. La cámara se quedó a la espera al lado de la ventana, a la expectativa de una mejor captura.

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DIVAGACIONES DESDE EL CONFINAMIENTO: La enfermedad y el cuerpo

Entre febrero y abril de 1936, varios miembros de la familia de mi abuela materna –quien entonces tenía cinco años– murieron de fiebre tifoidea, entre ellos su madre. Era usual en aquella época que personas con alguna enfermedad fueran enviadas al campo, pues en muchos casos estas mejoraban tras sumergirse en la naturaleza. Fue así como un médico de Cobán le recomendó a alguien retirarse a la finca de mi tatarabuelo, en Senahú.

La muerte de su familia marcó la vida de mi abuela y, por extensión, la de su descendencia. La enfermedad es parte de nuestra historia —como de la historia de la mayoría—. En nuestros genes se guardan las experiencias de la muerte y la sobrevivencia. Detrás de nuestra crianza y de la configuración de nuestros patrones neuronales yacen fragmentos de la peste, el dolor, la ausencia, el llanto, múltiples muertes sin funeral, duelos pendientes y dolores que se quedaron abiertos. Se me ocurre que esta sea la raíz de la autoinmunidad.

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DIVAGACIONES DESDE EL CONFINAMIENTO: El duelo

«Algo se apodera de ti. ¿De dónde viene? ¿Qué sentido tiene? / ¿Qué se afirma en esos momentos en que no somos dueños de nosotros mismos? / ¿A qué estamos sujetos? ¿Qué es lo que nos ha atrapado?»

(Judith Butler, Violencia, duelo, política, 2006).

Parece absurdo, pero es como si la mayoría de nosotros nos hemos estado preparando para esta cuarentena. Acostumbrados a la incertidumbre, a la precariedad, al aislamiento. La soledad hecha rutina, la angustia como rasgo de la madrugada, la incapacidad de relacionarse como resultado del miedo, la negligencia, la violencia —la borradura—. Hemos experimentado la ausencia en todos sus matices: exclusión, descalificación, negación, asesinato simbólico…

Y, sin embargo, el silencio de ahora es distinto. El vacío de las calles al atardecer pesa como nunca y el tiempo se congela. Las noches van perdiendo sentido por no contar con una expectativa clara del día siguiente. No parece haber letras o imágenes —entre todas las letras e imágenes que se nos bombardean— para encontrarnos. Comenzamos a darnos cuenta de que, después de todo, nunca quisimos o supimos estar solos; de que el aislamiento nunca fue intencional, sino la consecuencia de circunstancias externas, fuera de nuestro control; de que ya estábamos, desde antes, apestados. Ignorábamos que estábamos ya en confinamiento gracias a la administración de la conducta a la que estamos sujetos, cuyo cimiento es la desigualdad.

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