La ciudad parece, en gran parte, haberse quedado en silencio. Usualmente no nos gusta el silencio. «Le tememos a la ausencia de sonido como a la ausencia de vida». Sin embargo, el silencio está poblado de sonidos, aun si solo los de nuestros propios cuerpos. «El silencio, incluso el silencio de una piedra, no es inerte. Esta, también, habla. La piedra le está hablando a la piedra, como el día le está hablando al día, como la noche a la noche». Aún así, el silencio de ahora es distinto. La contaminación sonora se ha reducido y somos capaces de escuchar de nuevo, de experimentar ese silencio de otro modo, de olvidar nuestra sordera.
El oído puede ser una guía interesante para nuevas exploraciones, pues nos permite relacionarnos con el mundo de manera distinta, sobre todo ahora que parecíamos haber olvidado que el ojo no es más que un receptor sensorial entre otros. El oído es un sentido que no podemos cerrar, como los ojos. Aun dormidos escuchamos. Lo único que podemos hacer es filtrar los sonidos que consideramos desagradables para enfocarnos en los agradables. Así, mientras que el ojo ve hacia afuera, el oído se torna hacia dentro. Esto significa también que los ruidos son, simplemente, esos sonidos que hemos aprendido a ignorar. Cuando escuchamos, los ruidos se vuelven sonidos, incluso mensajes. Los mensajes están hechos de resonancias, ensamblajes complejos nunca unívocos.
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