El asunto del cuerpo ha sido ampliamente explorado y explotado. El cuerpo maquinizado y objetivado dio paso a su anulación simbólica y desaparición aparente de todo lo que ser cuerpo implica: las experiencias y relaciones, los padecimientos, la vulnerabilidad, su multiplicidad, su cualidad de ser en devenir. Así, cuando nos referimos al cuerpo traemos a nuestra mente una historia de cuerpos vacíos, los cuerpos que protagonizan prácticamente todas las historias que conocemos. La Historia ha transformado nuestros cuerpos; la nuestra –de los sujetos modernos– es una ceguera del cuerpo culturalmente adquirida. La incapacidad de percibir cuerpos allí donde se escriben las historias nos llevó a construir fantasmas, como cuerpos invisibles. No obstante, los fantasmas constituyen una figura interesante pues también son apariciones y su presencia siempre viene acompañada de mensajes, llamados. Al prestar mayor atención notamos también que, en efecto, siempre estamos rodeades de fantasmas –y estos tienen siempre algo que decir–, trazas del pasado que constituyen el hoy. Al mirar nuestra ceguera nos miramos, como cuerpos relacionados más allá de nuestra piel2, más allá del tiempo y del espacio.
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