Desenterrar una historia como pintar un retrato. La información inicial es una idea vaga, una serie de nuevas conexiones entre nuevos datos y memorias archivadas, a partir de lo cual surge un personaje. Los primeros bocetos son rápidos y difusos, llenos de errores. Pero esos trazos iniciales empiezan a anunciar algo más, comienzan desde ya a invitar a otros, más elaborados.
Consejera, asesora política, intelectual, artista, matrona. Eloísa Velásquez nació en Guatemala a inicios del siglo XX. En las palabras del escritor Mario Monteforte Toledo, “era más bien baja, gordezuela, con una risa muy bonita”[1]. A menudo se la encuentra en las anécdotas de renombrados intelectuales, pero también en los archivos de la Policía (su ficha policial, de los años sesenta, pone, junto a su fotografía: “actividades subversivas en su casa de citas” y “reporte de bomba terrorista”). También se la menciona eventualmente en grupos de redes sociales conformados por gente interesada en la historia y la cultura o fanáticos de estampas de antaño. Existe alguna que otra crónica sentimentalista y unas cuantas pinturas con su firma, ahora propiedad de colecciones privadas. Se dice mucho pero se sabe poco. Y no se ha escrito prácticamente nada.
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