ELOÍSA

Desenterrar una historia como pintar un retrato. La información inicial es una idea vaga, una serie de nuevas conexiones entre nuevos datos y memorias archivadas, a partir de lo cual surge un personaje. Los primeros bocetos son rápidos y difusos, llenos de errores. Pero esos trazos iniciales empiezan a anunciar algo más, comienzan desde ya a invitar a otros, más elaborados.

Consejera, asesora política, intelectual, artista, matrona. Eloísa Velásquez nació en Guatemala a inicios del siglo XX. En las palabras del escritor Mario Monteforte Toledo, “era más bien baja, gordezuela, con una risa muy bonita”[1]. A menudo se la encuentra en las anécdotas de renombrados intelectuales, pero también en los archivos de la Policía (su ficha policial, de los años sesenta, pone, junto a su fotografía: “actividades subversivas en su casa de citas” y “reporte de bomba terrorista”). También se la menciona eventualmente en grupos de redes sociales conformados por gente interesada en la historia y la cultura o fanáticos de estampas de antaño. Existe alguna que otra crónica sentimentalista y unas cuantas pinturas con su firma, ahora propiedad de colecciones privadas. Se dice mucho pero se sabe poco. Y no se ha escrito prácticamente nada.

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LA CREATIVIDAD COMO REFUGIO Y COMO FELICIDAD

Hace unos días, conversando con mis padres acerca de lo triste de la música que yo escuchaba en mi adolescencia, me puse a buscar en YouTube las canciones de Portishead (sí, mi adolescencia transcurrió a finales de los años noventa). Fue comenzar a sonar y recordarme de un estado, más que una época de mi vida. Ese estado no era un estado de “depresión” como sugerían ellos, sino de libertad. No que me la haya pasado haciendo todo lo que se me venía en gana. Al contrario, crecí en una casa con muchas reglas y restricciones, pero por lo mismo pasé horas en mi habitación pintando o escribiendo. Acostumbraba a ponerme un par de audífonos enormes y escuchar uno tras otro, en elevado volumen, los discos de Portishead, Radiohead y Massive Attack. Comenzaba la música y me trasladaba a otra dimensión. La pintura empezaba a moverse por sí sola, las formas aparecían en el lienzo por arte de magia y las horas se difuminaban.

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SEXY

M. nunca se ha considerado una mujer sexy. No es lo suficientemente alta ni voluminosa. Siempre ha preferido llevar el cabello corto y maquillarse todas las mañanas le provoca flojera. Su capacidad de socialización tampoco es la ideal: le cuesta ser “aventada”, le molesta la gente confianzuda y le huye al contacto físico de gente no cercana. Desde joven, M. ha sido un poco fría y siempre ha preferido enfocarse más en sus estudios e interminables lecturas que en su apariencia física por la que, toda la vida ha pensado, no se puede hacer mucho. Conseguir trabajo y hacer amigos ha significado un esfuerzo. Mientras muchas de sus amigas y conocidas han sido capaces de conseguir prácticamente cualquier cosa gracias a su poder de seducción: partiendo de una mirada, una postura, un escote, una mano en el muslo de un hombre, M. siempre prefirió esforzarse.

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EDUCANDO AL MACHO

Hace unos días quedé de juntarme con mi amiga A a tomarnos un café. Solíamos hacerlo seguido pero en los últimos cuatro años más o menos los hijos (de ella), el trabajo y las rutinas, nos han distanciado. Esas fueron las mismas razones por las que A, de hecho, llegó tarde ese día. Se sentó apurada. Venía cargando la pañalera en un hombro, su bolso en el otro y empujando el carruaje con la bebé, mientras intentaba moverse con una panza de seis meses de embarazo… “Finalmente un hombrecito”, me dijo cuando la felicité hace unas semanas por Whatsapp.

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HOY

Sigo pensando en lo que debí decir y hacer distinto. Han pasado tantos años que había olvidado la naturalidad de este estado. No lo extrañaba, pero me siento de nuevo en casa. El sabor del vino, la ligereza, el calor en los ojos. Tan parte de mí y, hoy, tan extraño. Ese impulso de nuevo adentro. La piel llama a gritos. Debí girar la vista. Ahorrarme el pánico. Qué más da. Mente opaca, cuerpo casando. Palabras indescifrables. El reloj ya no amenaza. La punzada se aliviana. Me estremezco entre las sábanas. Soledad o desolación, llámesele de cualquier manera. No quiero saber. Huesos rotos como piedras, sangre helada. Y los gritos. Siempre los gritos. Es sólo que estoy más vieja y más cansada. El destino es opaco, el camino cada vez más difuso. Preferiría no saber. O no haber dado nada. Brazos dormidos, nariz tapada. Ironía. Autodefensa. Es tarde. El mundo se está acabando. Apenas nos queda tiempo. No queda espacio para la utopía ni el idealismo. Tenemos la corrupción hasta en las venas. Los remiendos ya no aguantan y los remedios no existen. Pronto se detendrá esta caída. No será agradable, pero será el final y estaremos felices. No habrá resurrección o tiempo para la diáspora, pero celebraremos. Celebrarán otros, a los pies de nuestros palacios y monumentos. Nuestras ideas caducaron hace tiempo. El tiempo alcanzó su fecha de vencimiento. De qué sirve escondernos. Para qué me escondo. Catarsis. Delirio. Embriaguez. Ya no creemos en nada. Dejamos de crear también. Acumulamos memorias con la ilusión de legar algo, sabiendo que no quedará nada. Enfrentar el absurdo. Abrazar la inutilidad de nuestra existencia. No existe el valor instrumental, el valor intrínseco era sólo un cuento. Queda el vacío. Humo, carencia. La vacuidad se extiende y nos traga. Mejor aferrarnos a los objetos, tratar de salvarnos en ellos. Cierro los ojos. Espero el sueño. Acabémonos juntos, tomémonos un té. Mirémonos a los ojos mientras todo explota.

SIN DIOS

Mi abuela materna nunca leyó la biblia. Si alguna vez la ojeó, lo habrá hecho por mera curiosidad intelectual. Los santos de su devoción tenían en su mayoría nombres rusos: Dostoievski, Tolstoi, Gorky, Rachmaninov, Rimsky-Kórsakov, Kandinsky, Einsenstein… Otros en su lista eran García Lorca, de quien amaba la intensidad trágica de su poesía; Chopin, cuyo fervor nacional y pasión musical le habrán confirmado el valor de una identidad y de un suelo como raíz; Alfaro Siqueiros y sus revolucionarios; Paganini y sus caprichos; Renoir, sus escenas armoniosas y melancólicas; y Confucio. Confucio, junto a Tagore, era más bien un guía. Su sabiduría y el estudio cuidadoso de sus palabras se convirtieron en un manual de maternidad. Fue madre y abuela ejemplar sin haber tenido ninguna. Admiraba a otros con profundo respeto, sin fanatismos. Aprendía y desaprendía. Se cuestionó y estudió, hasta los últimos años de su vida, con un interés y compromiso como nunca he visto en nadie más. Así la recuerdo: sentada leyendo, sumergida de lleno, embelesada.

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NACIMIENTOS

Regresar en el tiempo no es fácil. Es un ejercicio doloroso la mayoría de las veces. Otras veces es simplemente inútil. Con el paso del tiempo el pasado se fue haciendo más y más difuso, llegando a caber en la categoría del olvido. Aún así siempre quedan pistas –evidencia–, que tras un riguroso estudio, dan la posibilidad de reconstruir una historia. Las huellas de tu historia se encuentran principalmente en tu piel. Mapas trazados en las muñecas y los antebrazos, en los muslos, el abdomen y los pechos que, como sucede con los tatuajes, se volvieron parte de ti –en algún punto olvidaste que no venían contigo: que no habían sido parte de tu primer nacimiento–. Aún así, si te detienes a contemplar esos mapas puedes leer en ellos, en forma de narrativa y también en forma de imágenes, incluso con banda sonora, una colección de momentos que determinaron lo que sos hoy, por dentro. ¿Pero, qué sos?

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FRAUDE

Ser un fraude,

una mera imitación,

imagen sin motivo,

composición sin sentido.

Romperse.

Dividirse en partículas minúsculas,

dispersas.

La orilla se acerca.

El borde está a un solo paso.

Hoy, otra vez,

estamos aquí,

las manos se nos derriten

y son incapaces de sostenerse.

No tengo brazos

para abrazarte,

ni piernas para sujetarte y absorberte.

No hay mañana,

solo imaginación.

Los pulmones se cierran.

La garganta es demasiado estrecha.

Tocar fondo,

una y otra vez.

Decír que sí a todo,

y arrepentirse después.

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ELLAS (56)

Cuando Juana ardía,

sus ojos se posaron fijamente en dirección del cielo,

la sangre le hervía y le hervía también la rabia

– cuerpo como campo de batalla –.

 

Juana se perdió en su propio laberinto,

con las manos atadas, fue vencida por el tiempo,

un tiempo que no supo reconocerla;

y en su negación se quedó estancado

pedagogía de crueldad –.

 

Cuando Juana ardía

el nudo de su garganta se iba aflojando.

El límite del silencio se abría paso,

el canto encarcelado de Alaíde

– valentía de vivir y de morir –.

 

Juana supo siempre de la sacralidad del fuego,

las llamas como liturgia resurrectora

la luz como fuerza generadora

– vida a pesar de la muerte –.

 

Quedaron las cenizas

y en el encierro, con un carbón,

Juana abrió una puerta, en forma de barquito.

56 niñas la ayudaron.

Escribieron sus nombres y los de sus abuelas

para escapar del olvido.

AGOSTO

Conocí la casa de tus padres por tus descripciones. Tanto así que puedo recordarla como si tus recuerdos me hubieran sido transmitidos en la sangre. Puedo ver los muebles que tu papá fabricó en su taller en los corredores, escuchar a los pericos, ver el trinchante del comedor con la cristalería amarillenta. En el patio hay un árbol de durazno, del que una vez te caíste, y una pila con agua helada.

Anoche te vi en un sueño y parecía que estabas aquí. Eras niña y eras anciana a la vez, tu risa era inocente y sabia. El tiempo se empecina en difuminar con sus garras la última vez que nos vimos: las tardes de lluvia mientras cepillaba tu pelo ondulado y te ponía crema en las manos pintadas por el sol se mezclan y de pronto no parecen diferenciarse entre sí. Aparecen nuevas equivalencias. Los recuerdos se convierten en metáforas. Hay detalles que se escapan, hay palabras que se pierden o se transforman.

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SUICIDIO

Perdí la cuenta

La muerte resultaba atractiva

Era la salida de emergencia

Y la urgencia era indiscutible

Mi piel me pone en evidencia

No tenía por qué esconderlo

Atarme al mastil

Resistirme

Cerraba los ojos

El respiro que seguía era infinito

Profundo

El corazón se detenía

Por un momento

Y el abdomen ampliaba su talla

Dejando entrar

El universo

-Puede que haya muerto

uno de esos días-

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IDEAS

Tener ideas: desperdigarlas

Intentar decir las palabras precisas y no tenerlas

Ni cerca

Pensar en un idioma que no existe

Perderse

Las imágenes en la pantalla parecen ajenas

Pertenecen a un mundo inexistente

Las risas son mudas

Y el llanto

Pasar de la tragedia a la comedia en un segundo

Igualarlos

Secuencia de olvidos

Un autorretrato irreconocible

–falso encuadre–

Lo obvio

Lo más sencillo

Hostilidad

Franqueza

Corrí entre las obras como si me llovieran

Como si intentaran sacarme algo de adentro

y yo intentase escapar

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TRANSPORTE

Tengo 5 años

Estoy perdida en el parque

Es Semana Santa

la gente cubre por completo las calles

Me escurro entre piernas,

algodones de colores, chupetes color sangre

Huyo del barullo

Pero no sé a donde voy

Me imagino sola para siempre

parece absurdo

Y da miedo

Muerdo mi cadena dorada

las lágrimas se me escurren por el cuello

–Pero volar es posible a veces, y volando vuelvo a casa–

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THEOS

Una sombra detrás de las preguntas,

el marcador dentro de un libro en blanco,

el símbolo indescifrable en la ruina.

El eco en el corredor del fondo,

el polvo acumulado en las esquinas del patio.

El victimario y la víctima, el macho agresivo,

el manipulador.

Hambriento insaciable, pedófilo cobarde,

un anciano perdido en su propia demencia.

Renuncia, invasión, pérdida, oquedad.

La ignorancia en su máxima expresión,

el inepto.

Xenofobia, homofobia, horror vacui.

El poeta frustrado, el alcohólico abandonado en la acera.

Palabras monótonas en lenguas muertas.

Un fantasma.

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