ALAÍDE FOPPA: Mujeres, memorias y transfiguraciones

Borradores de artículos y columnas, entrevistas, guiones para un programa de radio, poesía en forma de boceto y correspondencia en cuadernos desvencijados o en la ligereza y la transparencia del papel cebolla. Todo parece habitar un lugar en el que los aquís y allás, ahoras y entonces se ensamblan y reconfiguran continuamente. Palabras que se hilan y construyen conversaciones continentales y trasatlánticas registran una existencia que es a la vez muchas. “Amo muchas cosas: me gustan los libros, las rosas, los… dibujos de mis amigos, los anillos…, las manos de los niños, el lino fresco…, pero mucho más algo que no se ve[1]”. Los cuadernos de tipo escolar resguardan una práctica casi sistemática en la que se planifican diferentes proyectos de escritura, se desarrollan textos que se revisan una y otra vez y se agregan anotaciones en un avance nunca lineal en la página izquierda, dejada a propósito en blanco en un inicio. Sustitución de palabras, nuevas ideas, preguntas acerca del contenido, la forma, el método; cambio de orden de párrafos, eliminación de fragmentos. Movimientos que evocan un vaivén de escritura y reescritura extendido por medio siglo.

Hilos de pensamiento interrumpidos a veces por la planificación del menú de la semana (“Lunes: sopa de arroz con menudos, cocido de gallina y verduras..; martes: sopa de la reina, macarrones al gratin, carne a la cacerola con petit-pois…; miércoles: consomé, soufflé de verduras, langosta grillie o a la americana…; domingo: sopa de tortuga…”) o el registro de las actividades extra-aula de los hijos (“Niños: piano, Silvia y Laura; guitarra, Laura; clases, Julio”). Otras formas de intermisión la imponen inventarios (“Febrero 1961. En uso: 8 cucharas grandes, 11 tenedores grandes, 8 cuchillos, 8 cucharas medianas, 8 cuchillos medianos (2 Foppa), 8 tenedores medianos (6 Foppa), cucharitas de té (3 Foppa)…”), algunas hojas sueltas con datos contables y cuentas de compras realizadas (“1 juego de aretes anillo perlas 325.-…, aretes perla sencilla 30…, 1 anillo alejandrina 180.), recordatorios (“Ropa: traje Mario; zapatos: Mario, J.P. y niñas.”) direcciones y números de teléfono (“Luz de Asturias Av. La Reforma 6-74 Chalet ‘El Báltico’.). Además, recibos del teléfono, postales, recortes de periódico y alguna tarjeta del día de la madre. Insertos que han dibujado recuadros amarillentos en las páginas, resaltando párrafos, resignificándolos.

Los artículos y los poemas, primero escritos a mano, aparecen luego mecanografiados en hasta cuatro versiones diferentes, con cambios a veces mínimos. Cada versión se va puliendo y transformando, guiada por una búsqueda atenta, preocupada por responder de la mejor manera la amplitud de realidades que aborda y sus intersecciones, generando diálogos cada vez más amplios y plurales. “Mi única disculpa es el mucho trabajo y la vida tan absolutamente ‘llena’ que tengo[2]”, se subraya en una carta. Las palabras evocan e invocan emociones, ideas, voces, entre las cuales una, voz pausada y melódica registrada en cinta magnética, coordina sin dirigir, ordena sin imponerse.

La experiencia del archivo de Alaíde Foppa es, primero, una experiencia estética. La exploración implica una apertura sensorial que requiere el abandono de las prácticas de sensibilidad acostumbradas. Se entra a un lugar en el que se experimenta la imposibilidad de separar el lenguaje de la materia. La materialidad dice, la palabra hace. Los cuerpos presentes y ausentes llaman y se enuncian, anuncian. Lo hacen a veces a través del texto escrito, pero también por medio de marcas, huellas, pliegues, texturas, esporas. La coreografía de la materia en la que el papel, la tinta y los trazos registran la pluma y guardan el movimiento generado al encontrarse con una mano firme, o la máquina de escribir con la que se compartió por años. Los hongos que se entrometen en las narraciones se hacen parte de un proceso extendido por casi un siglo en el que la vida y la muerte adquieren otro sentido. Todo se sigue reactivando y afectando; generando memorias y transfiguraciones. La complejidad de relacionarse con estos textos, que incluyen las prácticas  narrativas de otras corporalidades, se va haciendo evidente, porque no solo los seres humanos escribimos y generamos significados. Y otras formas de textualidad exigen otras formas de sensibilidad, otras economías de afectos.

Los elementos del archivo se enredan en encuentros insondables. La escritura no se detiene nunca. Se extiende indefinidamente gracias a la agencia de innumerables actores, y de igual manera lo hace la existencia de quienes la practican y la han practicado. El inclinarse de mi cuerpo hacia los documentos es ya parte de esa iteración, de ese ritmo, de ese intercambio. Esta es, más bien, una práctica participativa de coproducción de materiales afectivos. La responsabilidad es enorme; por ratos, incluso, abrumadora.

La sensibilidad permite, por medio de un proceso que ampliación sensorial, notar, pero también generar relaciones. En ese sentido, la existencia –la vida— del archivo también activa una política. Las negociaciones que se ponen en juego entre voces, objetos, tiempos y espacios son ya el producto de prácticas materiales y discursivas que organizan los cuerpos de maneras particulares, que han puesto en práctica ejercicios de poder y anulación, intentos violentos de silenciamiento y, al mismo tiempo, su resistencia. “Una infancia / nutrida de silencio, / una juventud / sembrada de adioses, / una vida / que engendra ausencias. / Sólo de las palabras / espero / la última presencia[3], se lee en una hoja suelta.Y este archivo se rebalsa de presencias, porque entrar en diálogo con una ausencia es adentrarse en una dimensión poblada de presencias apabullantes, que abren “una política de la memoria, de la herencia y de las  generaciones[4]”.

¿Cómo atender, entonces, el archivo? Atender requiere aguardar, esperar, tender a, es decir, darse. Y darse posibilita el encuentro, implicarse, aceptar la invitación que surge del despertar de cada materialidad cuando se le escucha. Entonces, ¿qué es lo que demandan todos estos enredos? ¿Cuáles son las solicitudes implícitas en las cajas y su contenido, en la pulpa de celulosa y fibras vegetales que recogen esas líneas, en la manera en que las ideas se entretejen, en el rastreo que constituyen los cuadernos y las afecciones recogidas en la correspondencia? Este tipo de demanda es siempre ética. Lo que estos entrelazamientos[5] —marañas de voces— piden es justicia. Porque Alaíde Foppa, como todas las formas de existencia oprimidas, perseguidas, torturadas y desaparecidas necesitan justicia, no como fin, sino como práctica continua; la exigen. Sus papeles, como inscripción de su devenir, se insertan en un vasto mar de ausencias y de silencios expansivos. Ella es y no, porque son muchas las voces y muchos los cuerpos que esa experiencia singular integra. Entonces también son muchas las exigencias, las maneras en que esas multitudes que ella sigue siendo requieren ser escuchadas y las respuestas que merecen. Habría que explorar esas necesidades no como quien busca la aguja sino aquello que constituye el pajar entero, y lo que le rodea. La alergia que me invade, a pesar de la mascarilla que la pandemia nos obliga a llevar, el polvo que dejan los guantes quirúrgicos con los que manipulo cada papel, los puntos en ocre en los bordes de las páginas (el juego de la improvisación en la que la materialidad también recibe y responde), la caligrafía por ratos ilegible, la poesía inédita, el barranco detrás del ventanal, todo me habla. Me abro, tomo notas. Busco recoger y acoger cada exploración atentamente, sabiendo que siempre algo se escapa, que el secreto también es una forma de defensa.

El procedimiento requiere convertirse en una médium, es decir, tener la disposición a aceptar la vitalidad de los muertos, más que en una editora o una curadora de textos. Las preguntas que me mueven son de otra naturaleza. ¿Cómo hacerse espectro para enredarse también con otras formas de presencialidad? ¿Cómo sentirlas y estremecerse con ellas, escuchar lo que tienen que decir sin imponer, sin preguntar siquiera? Alaíde Foppa llama: “Con ‘la cabeza llena de flores’ / se fue aquella mujer hacia la muerte. / Yo también quisiera morir así / y aunque no lo supiese nadie / de mi oscura cabeza silenciosa / nacerían más tarde / retoños de primavera[6]”. Parece no existir otra manera de aproximarse al archivo que desde la generosidad. No se trata de exigir respuestas ni de buscar explicaciones, tampoco de descubrir. Porque Alaíde Foppa se resiste a la captura. Y mi cuerpo entero se resiste a capturarla, es decir, a definirla. El ejercicio se vuelve cada vez más intrincado, está lleno de rodeos. Las exploraciones generadas en cada encuentro pasan de ser reflexivas a ser difractarias[7].

Por momentos he tanteado y he encontrado sin buscar elementos que van conformando un mapa con rutas recorridas a lo largo de varias décadas, un mapa que ahora puedo dilucidar como quien analiza los suelos y las huellas dejadas por los fenómenos en forma de tiempos, pero sin organizarlos. No es un mapa que traza límites, sino uno que recuerda que hay mucho que no puede verse, dividirse o señalarse y que permanece siempre abierto al surgimiento de nuevos trazos. El vacío, como el que Alaíde Foppa y tantos otros han dejado, está conformado por una cacofonía ensordecedora, inescapable. “La nada no es ausencia, sino la infinita plenitud de apertura[8]”. La muerte está cargada de llamados y murmullos, de vibraciones que jamás se detienen –procesos continuos de formación de grietas—, ondas expansivas, réplicas nunca iguales. “La muerte pasó / cerca de nosotros / sorpresivamente / todo se ha teñido / de muerte / y de recuerdos / de la vida perdida. / Seguimos viviendo / pero la muerte / ya mató otro poco / de nuestra vida[9]”. La ausencia es aquello en lo que el tiempo está desarticulado, fuera de sí, no en un presente, en ninguna parte y en todas partes. El tiempo no regresa, no se regresa al pasado por medio de la revisión de archivos o de memorias pues el pasado no está nunca acabado. Y Alaíde se pregunta: “Y para mí, que escribo desde lejos, la pregunta se vuelve: ¿Qué habrá pasado cuando estas líneas lleguen allá[10]?” Sus experiencias y sus textos se organizan cada vez de distintas maneras, en cada revisita, en múltiples direcciones. Son huellas que desenmascaran historias y alianzas que se están siempre actualizando, que se activan y reorganizan en el archivo y fuera de este, aún cuando nadie (un alguien)las está notando o recogiendo. “Vivimos / en el olvido. / Y no sólo se olvidan / las llaves / el pañuelo / la carta / la cita, / también se olvida / el pasado / inadvertidamente[11]”. Las artes de la memoria también son práctica de la materia.

Lo anterior no quita que la memoria que se activa sea, también, dolorosa. ¿Cómo relacionarse con estos documentos sin que el abatimiento de saber el destino de su autora se imponga? ¿Cómo estar con ella sin experimentar, al mismo tiempo, la angustia de su muerte? Yo no lo he conseguido. Cada día que me senté a leerla o escucharla solté alguna lágrima y en más de una ocasión el sollozo me alejó de la pantalla al escribir este texto. “He gozado de todo, y sufrido. / Ya no me queda más que resignarme a morir. / Criaré pues tranquilamente a una prole. / Cuando un maligno apetito me empujaba / hacia amores mortales, exaltaba la vida. / Ahora que considero, yo también, el amor como una / garantía de la especie, miro hacia la muerte[12]”, escribió ella.Las mujeres nos lloramos y lloramos juntas porque cada vez que una es lastimada o desaparece nos arrancan un pedazo. A la maraña que somos se le zafa un amarre. Un modo de existencia y una forma de sensibilidad deja de existir y ello provoca que todas y todos perdamos algo, “el mundo se encoge repentinamente, y una parte de la realidad colapsa[13]”. Las luchas que Alaíde Foppa emprendió, y que eventualmente la llevaron a su muerte prematura y violenta, son parte de nuestras luchas aún cuando somos todas distintas. Como escribió Elena Poniatowska en el décimo aniversario de su desaparición: “si se le condenó que se nos condene también a nosotras porque vivimos como ella, trabajamos como ella y deseamos para América Latina lo mismo que ella desea[14]”.

En una nota sobre Otto René Castillo, Alaíde Foppa escribió que “el poeta solo vive de su  despedida[15]”. Ella misma no termina de despedirse. La ruptura temporal en la que habita, esa forma de discontinuidad, impide que haya partida. Pero no solo los poetas o las autoras de renombre siguen presentes después de su muerte, gracias a su obra. Ella misma nos recuerda que “el ser alguien, el tener algún renombre profesional, el usar la palabra escrita, significa que el martirio tenga algún eco. Pero las cárceles están llenas de desconocidos por los que nadie clama.”[16] Y todos esos desconocidos siguen aquí, las marcas de sus anulaciones se actualizan constantemente, se hacen presentes.La remembranza es el proceso por medio del cual las ausencias se muestran, se materializan, se siguen enredando con nosotros, es lo que permite dilucidar futuros distintos, otras vidas y otras muertes.  “Busca, / como se busca el hilo / de una melodía secreta / para salvarla del olvido.[17]Atender es la responsabilidad que tenemos no solo con quienes vendrán sino con quienes nos han precedido, este es el sentido de la herencia.


[1] Alaíde Foppa, Notas en cuaderno. S/F.

[2] Alaíde Foppa, carta a su padre, Guatemala, 18 de junio de 1955.

[3] Alaíde Foppa, I, Las palabras y el tiempo. 1979

[4] Jacques Derrida. Espectros de Marx. Madrid. Trotta. 1996. P. 12

[5] Tomo la noción de entrelazamiento, enredo o maraña (entanglement) planteada por diversas autoras feministas posthumanistas y de los nuevos materialismos. Como lo explica Karen Barad, (2007, Preface and Acknowledgements), estar enredado no significa estar entrelazado con algo, como cuando dos entidades separadas se unen sino que no hay existencia independiente o auto-contenida. Los individuos no preexisten sus relaciones sino que, de hecho, emergen a través de y como parte de sus intra-relaciones enredadas.

[6] Alaíde Foppa, “Muerte”. Los días y las horas. Poemario inédito. Manuscrito en archivo. 1974.

[7] La difracción se refiere, en la física cuántica, al fenómeno por el cual las ondas se distorsionan y propagan en múltiples direcciones al atravesar un obstáculo. El término ha sido recogido y desarrollado en los nuevos materialismos a partir del pensamiento de Trinh T. Minh-ha (1986), Donna Haraway (1999) y Karen Barad (1997, 2004). como estrategia de interrupción del pensamiento hegemónico guiado por la noción de reflejo (reflexión) que en algunos casos podría limitar la producción de algo nuevo o reforzar la lógica patriarcal-colonial. La difracción es un método que problematiza los binarismos (como sujeto-objeto) pues no busca definir conceptos a partir de sus opuestos sino enfocarse en los efectos que dichas oposiciones producen. Al mismo tiempo, permite notar y busca atender los efectos y las implicaciones producidas por la manera como se estudia, lee u organiza algo, como por ejemplo, un archivo. No busca interpretar ni considera lo que estudia como representación de algo más, fijo, sino busca la proliferación de posibilidades de aprendizaje, relaciones y diferenciaciones.

[8] Karen Barad, “¿Cual es la medida de la nada? Infinidad, Virtualidad y Justicia,” Infrasónica Abril, 2020, https://infrasonica.org/es/wave-1/what-is-the-measure-of-nothingness.

[9] Alaíde Foppa, “Pérdidas y hallazgos”. Poema inédito. Archivo. S/F.

[10] Nostalgias de Guatemala,“Angustia”. Notas de cuaderno. 28 de marzo, 1965.

[11] Alaíde Foppa, XI, Las palabras y el tiempo (1979).

[12] Alaíde Foppa, Poema inédito. Archivo. S/F.

[13] Vinciane Despret, “Afterword: It Is an Entire World That Has Disappeared”. En Extinction studies : stories of time, death, and generations, eds. Deborah Bird Rose, Thom van Dooren, y Matthew Chrulew. (Nueva York: Columbia University Press, 2017), 220.

[14] Elena Poniatowska. Debate feminista, Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG) of the Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)  (1990), 14.

[15] Alaíde Foppa, “Muerte y poesía”. El Ancho mundo, 1968.

[16] Alaíde Foppa, “Martirio de las españolas”. Foro de la mujer, 28 de septiembre, 1975.  https://www.radiopodcast.unam.mx/podcast/audio/16611

[17] Poema inédito. Nota en cuaderno. Archivo. S/F.


Referencias bibliográficas

Barad, K. Meeting the universe halfway: Quantum physics and the entanglement of matter and meaning. Londres: Duke University Press.2007.

Barad, K. “¿Cual es la medida de la nada? Infinidad, Virtualidad y Justicia,” Infrasónica Abril, 2020, https://infrasonica.org/es/wave-1/what-is-the-measure-of-nothingness.

Despret, V. “Afterword: It Is an Entire World That Has Disappeared”. En Extinction studies : stories of time, death, and generations, eds. Deborah Bird Rose, Thom van Dooren, y Matthew Chrulew. (Nueva York: Columbia University Press, 2017), 220.

Derrida, J. Espectros de Marx. Madrid. Trotta. 1996.

Foppa, A.  Las palabras y el tiempo. Editorial La Máquina Eléctrica, México, 1979.

Foppa, A. “Martirio de las españolas”. Foro de la mujer, 28 de septiembre, 1975.  https://www.radiopodcast.unam.mx/podcast/audio/16611

Foppa. Archivo personal.

Haraway, D. Las promesas de los monstruos una política regeneradora para otros inapropiados/bles. Política y sociedad, 30. Madrid 1999.

Minh-ha, T. T. “Difference: ‘A Special Third World Women Issue.’” Discourse 8 (1986): 11–38. http://www.jstor.org/stable/44000269.

Poniatowska, E. Debate feminista, Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG) of the Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) 1990.


Texto inédito escrito para Agencia Ocote, diciembre 2021.

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