MATERNIDADES DIVERSAS Y VÍNCULOS SIN PARENTESCO

Por mucho tiempo en la cultura occidental se pensó que la maternidad era un instinto natural o una especie de programación propia de los cuerpos de las mujeres (o de las hembras en diversas especies). Gracias a los avances en la ciencias naturales y los aportes de las ciencias sociales y el feminismo ahora sabemos que el deseo de ser madres, entendido como procreación, está relacionado a muchos factores y por ende no se da de manera generalizada, ni por igual, en todos los cuerpos con potencial gestante. No obstante, cuando pensamos en cuidados parentales, o específicamente maternales, muchas veces todavía traemos a nuestra mente imágenes de mujeres con sus bebés, primero, y luego de otros mamíferos amamantando o protegiendo a sus crías.

En su libro Cuando el lobo viva con el cordero (2023), la filósofa y psicóloga belga Vinciane Despret, explica que la visión occidental, y occidentalizada, de la maternidad fue construida sobre la base del papel que supuestamente jugaban los machos en diferentes especies. Mientras que las hembras eran entendidas como pasivas y por ende su rol restringido al cuidado de la prole, los machos eran cazadores y/o guerreros y vistos como garantes de la seguridad y conformación social. No obstante esa teoría no se sostiene tras innumerables estudios en una amplia heterogeneidad de especies y, por otro lado, cuando se comenzó a prestar atención a lo que las hembras hacían –cosa que se había ignorado por siglos– se descubrió el papel que estas tenían en la organización de lo social. Entre los primates, por ejemplo, se ha observado que son las hembras las que forman el núcleo estable del grupo, teniendo un rol activo en el mantenimiento de los vínculos y la resolución de conflictos. Otras especies extienden sus prácticas de cuidado hacia otras especies y la tarea de velar por los más pequeños no está limitada a las hembras, como en el caso muy estudiado de los pingüinos emperador, donde los machos empollan a los huevos la mayor parte del tiempo mientras las hembras buscan alimento. Incluso hay estudios que muestran que la regla de ayudar a los propios parientes e ignorar a los demás para multiplicar las copias de uno mismo no suele aplicarse en el mundo animal. Tal es el caso de los cuervos que transforman continuamente sus modos de vinculación y cuyas relaciones no están guiadas por negociaciones de intereses sino por el descubrimiento y la cooperación.

Las semillas experimentan junto a su madre los ciclos de lluvia y sequía, y aprenden cómo actuar después de la germinación

Como nuestro imaginario está dominado por una cultura que por mucho tiempo le ha dado prioridad a los seres humanos sobre otras especies, y luego, jerárquicamente, a los mamíferos, perdemos de vista que las relaciones de parentesco y cuidado existen en el mundo en formas tan diversas como interesantes. Un ejemplo fascinante de cuidados parentales es el de las plantas, estudios que han recibido atención y por ende se han ampliado en los últimos años. Stefano Mancuso, experto en neurobiología vegetal, describe en El increíble viaje de las plantas (2019) cómo un pequeño cactus de la zona semiárida de México le enseña a sus semillas a afrontar el hábitat imprevisible en que se encuentran. “Las semillas experimentan junto a su madre los ciclos de lluvia y sequía, y aprenden cómo actuar después de la germinación”, escribe. Otro gran descubrimiento es que en los bosques la mayor parte de las plantas se relacionan entre sí por medio de una red subterránea formada por raíces y hongos. Esta red le permite a las plantas adultas aportarles los azúcares necesarios para crecer a las más jóvenes. “Cuidados parentales idénticos a los que encontramos entre los animales […] se dan, pues, entre las plantas, y con más frecuencia de lo que habitualmente se cree”, apunta el experto. No obstante, los cuidados de otros no se restringen a una relación o interés dentro de especies particulares. También existen relaciones multiespecie centradas en el cuidado y la garantía de que los más jóvenes y vulnerables se desarrollen y adquieran las herramientas necesarias para moverse con mayor confianza en el mundo.

Un hecho que nos identifica a todas las formas de existencia en este planeta es que siempre estamos en relación, ninguna actúa sola. Incluso cuando hemos aprendido que los seres humanos actuamos guiados por una voluntad individual, la realidad es que nuestra mera historia involucra relaciones con bacterias, hongos, plantas y mamíferos de los que nuestra sobrevivencia (y la de ellos) ha dependido. Nuestra historia también nos ha llevado a incorporar a nuestra forma de organización social relaciones jerarquizantes y excluyentes de otras vidas, lo que ha dado paso al cambio climático (cuyos efectos son incuestionables en la actualidad). Pero más que lamentar que formamos parte de un tiempo de destrucción compartido entre la mayoría de habitantes del planeta, también podemos notar las oportunidades que existen para refugiarnos, cuidarnos mutuamente y recuperar o generar formas mucho más amplias y ricas de relacionarnos con otras especies, como nos invitan a hacerlo autoras y científicas como Donna Haraway. En otras palabras, nuevas prácticas de parentescos (y maternidades) orientadas a la rehabilitación del planeta y la vida en todas sus formas, lo que requiere prestar especial atención a las vidas que han sido comúnmente olvidadas. Como escribe Haraway en su libro Seguir con el problema (2019), “sea lo que sea que seamos, necesitamos generar-con, devenir-con, componer-con los confinados de la tierra”.

Podemos pensar así en juegos colaborativos de cuidado, protección y acompañamiento de otros en sus procesos de llegar a ser y seguir siendo. Se trata de recordar que quienes habitamos este planeta somos una familia en un sentido profundo y por ello estamos llamados a cuidar de nuestras relaciones. Cuidar y generar vínculos o alianzas que no requieren siempre de lazos de sangre como lo hacemos ya de alguna manera quienes cuidamos de animales y plantas –especies compañeras– desde una actitud enfocada en garantizar sus vidas y su desarrollo. Quizás podamos comenzar a referirnos al acto de maternar sin limitar este acto a los cuerpos gestantes o leídos como femeninos y dejar de restringir los vínculos de cuidado e implicación al parentesco.


Texto escrito para Revista Look, mayo 2024.

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