RE-TRATAR LA VIOLENCIA

La violencia económica es una forma de violencia mucho más común de lo que imaginamos. Usualmente pensamos que quienes la padecen son exclusiva o principalmente las mujeres en situaciones de mayor precariedad económica, pero este es, más bien, un mal de las sociedades patriarcales y conservadoras como la nuestra.

Como mujeres, al acercarnos a las historias particulares de otras, aún si sus circunstancias no son las mismas que las nuestras, podemos identificar elementos comunes a nuestras experiencias. Verse reflejada en las historias de otras tiene, no obstante, implicaciones diversas y contradictorias.

Por un lado podemos sentir empatía y saber que no estamos solas, que no somos las únicas y, por ello, fortalecernos y encontrar alternativas a esas situaciones vistas como comunes. Y, por otro lado, podemos sentirnos avergonzadas, etiquetadas, puestas en la mira.

“Soy una de ellas”, “también me ha pasado”, “también he sido anulada”, pueden convertirse en afirmaciones dolorosas pues, como lo muestra esta investigación, es una forma de violencia que raramente se da sola.

La memoria puede traer consigo potencia o puede hacer revivir el dolor de tal modo que provoque estancamiento. Cuando tu trabajo es adentrarte en esas experiencias para re-presentarlas, estas implicaciones no pueden ignorarse, como tampoco las complicaciones adicionales que el proceso puede traer. Estas preocupaciones, relacionadas a temas sensibles como los que se tratan en estas investigaciones y a la cuestión de la representación y la construcción de narrativas en general rodean mi proceso artístico de manera cada vez más aguda.

Me interesa tener un papel activo y afectivo, formar parte de experimentaciones críticas, comprometerme con una constante labor ético-práctica, potenciadora y posibilitadora de otras prácticas –de acción y no de estupefacción– que se abran a otros planteamientos capaces de escapar de algún modo de las reproducciones que como reflejos de lo mismo constituyen la mayor parte de nuestros imaginarios.

Esto implica buscar refinar cada vez más la conciencia en cada aspecto del proceso de hacerlo, la manera como nos involucramos en este y cómo involucramos a otros y otras (humanos y no humanos). Plantearse ya no una creación sino habitar un proceso de producción colectiva en la que cada uno de nuestros sujetos e instrumentos tenga su propia voz y se implique de manera recíproca. También saber reconocer cuándo no me corresponde a mí tratar determinado tema.

Desde mi entender, re-tratar la violencia puede correr muy fácilmente el riesgo de convertirse en una nueva violencia y lo último que queremos es volver a maltratar a una persona que ya ha sido golpeada y que quizás se encuentre en un estado de total vulnerabilidad. Las preguntas que surgen son innumerables: ¿tengo derecho a hablar acerca de experiencias concretas que no son mías?, ¿cómo construir imágenes sin caer en la traducción simplista de la vida de otras mujeres?, ¿cómo denunciar sin atrapar a una persona en la violencia que vivió, sin en-marcarla para siempre en esta?…

Como escribe Haraway, aun cuando nos guiamos por estas y otras preocupaciones en el proceso de investigar, mostrar, representar o contar algo, siempre somos “no inocentes”. Aun así, podemos aspirar a comprometernos con una reflexión (y difracción por su posibilidad generadora) al respecto. En ese sentido, la realización de las imágenes que acompañan la investigación acerca de la violencia económica en el especial Estación del Silencio fue guiada por la noción de ir más allá del intento de representación (a sabiendas que nada puede ser realmente representacional ya nada puede reflejarse como entidad objetiva) de las experiencias que los artículos abordan.

Más bien, me interesaba entrar en diálogo –e invitar a otros a hacerlo– con esas realidades y los textos por medio de la superposición de imágenes (el collage, como post-imagen, nos brinda la oportunidad de conversar y transformar nuestras relaciones con las imágenes existentes). La búsqueda tiene que ver con desafiar las ideas mismas de la representación de modo que nos hagan pensar en por qué las imágenes pueden pasarnos desapercibidas, interpelarnos o movernos. Crear cierta tensión a partir de extremos o escenas “fuera de lo común” por la inconsistencia de sus elementos una vez ensamblados coloca el significado no en la imagen en sí sino en la reacción que produce y los posibles cuestionamientos que pueda activar.

El colocar las imágenes de mujeres en desventaja –si bien no victimizándolas– en espacios de opulencia no aspira a plantear que aquellas mujeres eventualmente puedan acceder a ese tipo de exceso, sino al hecho de que la existencia de unas posibilita lo otro y viceversa, dentro de la razón heteropatriarcal. No me interesa realizar una nueva disección de los cuerpos ya violentados o negados. Como lo plantea Braidotti, “resistir significa sostener el dolor sin ser aniquiladas por él”.


Publicado en Agencia Ocote, noviembre 2020.

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