LAS POTENCIAS RE/GENERATIVAS DE MARCO CHIVALÁN

La muerte impone una demanda. Establece una invitación que nos compromete a hacernos cargo, a atender al llamado y responsabilizarnos (encontrar maneras de responder sin clausurar las preguntas). En un inicio, acaso, experimentamos el deseo de volver en el tiempo pues asociamos la atención con la vida, entendida como una cadena de sucesos inevitables –causa y efecto–. Pero este no es más que un entendimiento inadecuado. La demanda a quienes quedamos (y cabría preguntarse ¿dónde y cómo nos quedamos?, ¿qué nociones de espaciotemporalidad materializa este sentido del quedarse?) aparece de golpe, en muchos casos acompañada de dolor y de estupefacción. Caemos en la trampa de trazar una frontera entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos cuando la solicitud –y la respuesta– tiene que ver con la difuminación de todo tipo de borde: nos llama a desbordarnos y desbordar también la noción lineal del tiempo, los relacionamientos empobrecidos por la manera como este sentido se materializa.

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