UN HÉROE SE HACE PRESENTE*

Para contar una historia, parece, es necesario un héroe. Antes que nada, el héroe se hace presente. Interrumpe la quietud del vacío, e ignorando su cacofonía, se adentra en el espacio –el sueño de Demócrito, utopía euclidiana–. Incorpora la materia donde antes no la había, ocupa y se ocupa de dibujar un horizonte. Astronauta que contempla el infinito mientras se sueña a sí mismo. Su punto de partida es siempre uno, el punto de fuga desde el que surge toda perspectiva; percepción lineal, (re)presentación lógica de lo que puede ser visto. Discrimina lo interno de lo externo y la brecha intermedia –la apariencia y la adecuación–; es capaz de desvelar el sentido de su existencia, de encontrarse a sí mismo a partir de re/conocer su esencia. Descubre así la ruta que el destino traza para él.

Cuenta ya con todos los requisitos para el viaje. No necesita pasaporte pues es ciudadano del mundo. Quien construye las fronteras no tiene por qué respetarlas. Su recorrido contiene toda noción de movimiento. La excepción soberana de estar fuera de la ley (Derrida, Seminario II). Le basta con sus facultades, sabe aprovechar las oportunidades y enfrentar cualquier contradicción (posibles amenazas) y, sobre todo, discernirlas. Est et non: qué es y qué no es (Descartes, Meditaciones metafísicas). El mundo –y el universo entero– se despliega bajo sus pies. La realidad adquiere significado gracias a la inscripción que va haciendo de ella, conforme avanza. Intensificación de flujos de materia y energía. Cada punto de partida constituye un mismo origen. «Hacer tabla rasa, partir o volver a partir de cero, buscar un comienzo o un fundamento» (Deleuze y Guattari, Mil mesetas 29). Cada puerto de abordaje configura una copia certificada, el protagonista de la historia, siempre motivado por la rabia de Aquiles, el «canto sobre las armas y el hombre» (Virgilio). En su avance y con cada hallazgo, el héroe replica un viaje por milenios recorrido. Aún así, sus experiencias se multiplican y sus descubrimientos se van transformando, refina sus conocimientos –capta a partir de la captura– y estos, al mismo tiempo, le permiten percibir la realidad con mayor claridad (iluminar allí donde aún queda alguna sombra), traducirla. («No vemos ni entendemos el mundo, lo percibimos destrozándolo a través de las estrechas categorías que nos habitan» [Preciado, Dysphoria 10]). De este modo puede seguir su camino, siempre en línea recta, a través de terrenos escabrosos y mares insondables. Acumulando riquezas materiales e inmateriales: todo lo que pueda llevar de vuelta, variedad de souvenirs o recompensas (multiplicidades hechas uno), armas convertidas en herramienta (Deleuze y Guattari, Mil mesetas). Su destino, no obstante, es siempre el retorno: volver a casa.

El héroe está dotado de cualidades notables. O, más bien, las cualidades heroicas le son naturales –don divino– a quien, como nuestro héroe, ha nacido en el lugar indicado: un cuerpo adecuado, un estrato, una ubicación geográfica determinada, el eje correcto dentro de un sistema de coordenadas o en la mente de un genio (voluntad individual, conciencia operante). Sujeto, organismo, significante. «Un punto perfecto donde el tiempo y el espacio alcanzan un acuerdo» (Tokarczuk, Los errantes 80). La sabiduría, la templanza, la paciencia, la honestidad y el ingenio le son innatos; basta con recordarlos o deducirlos. Se mueve en un sistema ya dado de significaciones, sus valores se adecúan a los hechos. Defensor por excelencia de la justicia, representante en la tierra del poder soberano y la divinidad, posee ya en sí mismo las facultades necesarias para abordar una empresa de las magnitudes establecidas por la narrativa universal. Presente, consciente y coherente: sabe quién es, dice lo que quiere decir y quiere decir lo que dice. Es así como, siguiendo el modelo establecido, logra mantenerse a la altura de las circunstancias, enfrentando, al mismo tiempo (y todo sucede para él en un mismo tiempo), la anunciada tragedia de su mortalidad. Aunque, lo intuimos desde el principio, en esencia sabrá superarla. He ahí la verdad del hombre blanco: la lucha entre la vida y la muerte, retar, enfrentar y vencer continuamente a la muerte.

Según el estilo del narrador omnisciente –«la metafísica es una rama de la literatura fantástica» (Borges, «Tlön» 436)–, el viaje que el héroe está por comenzar va hacia adelante o hacia atrás, aunque siempre podrá confiar en la claridad de su cronología. Avanza hacia lo desconocido o activa sus memorias, invocando representaciones mentales capaces de re-producir la realidad, como si la re-visita fuera posible. Incluso es capaz de recordar las experiencias que su alma, antes de habitar su cuerpo, tuvo de las formas. Lo representado, asumen el autor y su héroe, es siempre más accesible que lo que representa, fenómenos preexistentes; sujeto y predicado. Empero, «re-membrar es un acto encarnado de re-tornar» (Barad, «Troubling time/s» 84).

El protagonista ha sido creado a imagen y semejanza del narrador-genio –el modelo por excelencia– pero nunca podrá igualarlo por completo. El creador conoce, incluso antes de darle el soplo de vida, sus debilidades – algunas tiene– y el resultado de su recorrido: la riqueza que traerá de vuelta a su cotidianidad. «El rey podía muy justamente enviar a requerir á esto indios idólatras que le entregasen la tierra, pues se la había dado el Papa, é que si no se la quisiesen dar, que les podía hacer la guerra, e tomársela por la fuerza é matarlos é prenderlos sobre ello, é dar por esclavos á los que sobre ello fuesen presos [sic]».2 El ojo que todo lo ve ha moldeado ya previamente el orden en que se desarrollará la historia (ha ignorado y organizado la indeterminancia del vacío, ha establecido estratos) y por ello es capaz de guiar el paso de su protagonista. «La dignidad de movimientos de un iceberg se debe a que solamente un octavo de su masa aparece sobre el agua» (Hemingway XVI). No puede darle entera autonomía pero lo ha pulido lo suficiente y sabe que este es capaz de superarse a sí mismo a lo largo de su recorrido. Además, le ha brindado un escenario, hay un paisaje ya siempre disponible para que el héroe pueda re/poblar lo que ya antes era habitado, como si lo hubiese fundado. Variaciones de intensidad. Ha dibujado una serie de imágenes para que las perciba e interprete; no solo inaugura la representación, sino que la hace infinita. Re/activación del juego circular e identitario de reproducir, imitar, imaginar; fundación de un campo para la imaginería, lo imaginario, lo irreal y lo inmaterial. Imago mundi, re-presentación, re-trato. El exterior permanece siempre fuera, está separado de la topología, geometría analítica en la que el espacio es siempre trascendental (De Landa, Intensive Science). «Un laberinto urdido por los hombres, un laberinto destinado a que los descifren los hombres» (Borges, «Tlön»). El mundo sensible no parece ser más que una pista con obstáculos, diseñada para el entrenamiento cognitivo de alta intensidad que le permitirá acceder a la verdad al héroe de la historia.

La escritura está implicada en la historia que se desarrolla. Narrar es una forma de relacionarse con el mundo, en que la existencia se produce y se manifiesta. No la apariencia, sino el proceso en que se fragua un mundo. Nadie sabe lo que puede el lenguaje. Sin embargo, la historia del héroe se desarrolla sobre la premisa de la distinción. Organización de las categorías y las diferencias. Aristóteles ya siempre refinando métodos para organizar desde los altos géneros hasta las especies más pequeñas (Deleuze, Diferencia y repetición). Sentido y conciencia, por un lado, acontecimiento y aparato por otro. La historia universal se produce a través de cortes y del establecimiento de límites, de la construcción de fronteras discursivas que se materializan en la cotidianidad de las experiencias. Las murallas, se pretende, protegen y resguardan intereses, encierran aquello que sostiene la estabilidad de su interior, su lógica; lo que le da sentido. La conciencia habita en otra parte, lo que el cuerpo resguarda pertenece a otra dimensión, está fuera del mundo pues no tiene que ver con los hechos, que solo tienen propiedades. Los fenómenos que constituyen la realidad –la naturaleza– no tienen valor en sí mismos, no significan ni dicen nada. Su falta de importancia (su mero ser en falta) se materializa en el empobrecimiento de las relaciones: política como potestas. Solo un ejercicio sensato –del uso de la razón– puede explicar y dotar de sentido la realidad material: la potestad es el fundamento del origen y la finalidad. Se deduce que la intención subjetiva es necesaria para vehicular todo sentido. Ilusión de que existen cuerpos más conscientes que otros, el juego obsesivo de una primacía ontológica. Aparentemente, esta es la estructura común a las historias contadas por un narrador-dios que lo ordena todo, haciendo un mundo. A través de historias masculinas, desde su mirada y moldeadas por sus manos, refuerza la creencia en su omnipotencia. Los ojos de Júpiter que arrancan todo lo que ven. Re/producción de ciertos modos de espaciotemporalidad. El héroe es también el traidor.

La finalidad de nuestro héroe, valor en sí mismo, radica en su trascendencia. La recompensa de su recorrido –la aventura que lo lleva a regiones maravillosas o sobrenaturales y a enfrentar fuerzas fabulosas (Campbell)–, su victoria decisiva, consiste en alcanzar su propia esencia. El viaje lo hace más sabio, en su naturaleza también está la capacidad del refinamiento, deseo de superación, y ello lo acerca a la divinidad. Alejado del mundo sensible, regresa con un nuevo aire de eteriedad, capaz de contemplar lo inteligible. Y una vez ha tomado distancia de lo mundano (pues ha aprendido a ver a través de la teoría), tiene acceso a la eternidad. El teoros hace su peregrinaje para presenciar eventos y espectáculos, oráculos y festivales en representación de su ciudad y regresa con un reporte oficial o una crónica de lo que ha visto (Wilson). Permanece así en la memoria de su pueblo y, de ser posible, de la humanidad entera. Extensión indefinida del tercero de tres actos. Por eso «cada parte del cuerpo merece un sitio en la memoria, cada cuerpo humano, la perdurabilidad. Es un escándalo que sea tan frágil y delicado» (Tokarczuk, Los errantes 127). Dan fe de ello tumbas de mármol, placas o monumentos; su devenir mineral, «pedregoso, inatacable, apacible, invulnerable, un devenir-cosa, un devenir-que, como la piedra o el monumento de granito» (Derrida, Seminario II 194). El hacerse representar para alcanzar la trascendencia se vuelve un hábito, enfermedad específicamente europea (Deleuze y Guattari, Mil mesetas). Los íconos aparecen como reproducciones fidedignas que ignoran que la piedra también tiene memoria, que los huesos, en su mineralización, son ya una infiltración geológica (De Landa, Mil años) y que toda materialidad, como fenómeno, tiene inscripciones de las intra-acciones que la han ido conformando (Barad, Meeting). La estabilidad y la permanencia, junto con la familiaridad, son entendidas como una recompensa por mantenerse en la ruta principal y seguir siempre hacia delante. Ignorar a las sirenas, cualquier emergencia.

Como hemos dicho, el héroe se mueve en un plano geométrico. Su narrativa se desenvuelve de manera lineal, una red de causas y efectos, en un espacio como contenedor como el que ha descrito la física clásica:3 «La idea de un mundo estable, un mundo que escapa el proceso de devenir» (Prigogine citado en De Landa, Intensive Science 99), parte de la visión humanista responsable de exclusiones y violencias ligadas al individualismo metafísico, el excepcionalismo humano y la representación (Barad, Meeting). La temporalidad del héroe es un flujo constante y homogéneo dividido en instantes idénticos. Todo ocurre dentro de un tiempo universal, uniforme y vacío, calibrado en función de un futuro proyectado, como un evento individual, un fenómeno periódicamente recurrente. Su historia es una línea recta como la que sugieren las cronologías y las ilustraciones de los libros de texto, en las que el progreso es inevitable y el pasado siempre queda atrás. Momentos sucesivos que se van sustituyendo –«una trama tras otra de blancura generizada» (Pratt G170)–. Es un tiempo que discurre al fondo. Avanza así el héroe. «Hasta las palabras que ahora pronunciamos el tiempo en su furia se las ha llevado y nada retorna», escribe Horacio en sus Odas, aunque «el presente del universo no existe» (Rovelli, El orden 47).

Con cada paso el héroe abandona versiones primitivas del ahora mientras que otras formas de existencia están ya siempre condenadas al anacronismo, a un exotismo apacible, disponible para la conquista. El presente colonizado es la única zona temporal relevante para el capitalismo: el pasado está ya siempre museificado (Holert), deviene vestigio de lo que ya no es e instrumento para medir y juzgar el mañana. La contemporaneidad no es más que la temporalidad capitalista (Osborne). Cortes agenciales problemáticos se derivan de divisiones ficcionales, representaciones que ignoran que «las cosas del mundo trenzan danzas a ritmos diversos» (Rovelli, El orden 21). Sobre el tiempo, el héroe construye el espacio, dimensiones que asume separadas. En la narrativa del progreso y la emancipación (y de la globalización y la digitalización) el lugar que se ocupa es resultado de relaciones de exclusión respaldadas por la contemporaneidad –la única zona temporal relevante– como norma: el monopolio del ahora. Dominio geopolítico, colonización del presente. El tiempo parece congelarse allí, donde la materia se asume pasiva e inmutable, donde se ignora que la naturaleza también tiene historia y que «no solo lo viviente tiene historias para contar» (Despret, Autobiografía) y que no existe tal cosa como la unicidad del tiempo o una forma de temporalidad separada del espacio o la materia. «El tiempo es una falacia», anota Borges («El milagro secreto» 510).

El paisaje, lleno de amenazas, riesgos y sorpresas –sus respectivas monstruosidades–, es también el recordatorio de aquello de lo que, por naturaleza, se debe desconfiar. La indeterminación, entendida como incertidumbre, no constituye ningún amarre para la acción, como aquel al que aspiraba Sócrates, o el cultivo de ninguna relación social dentro del imaginario heroico. Tocqueville escribe así que solo la destrucción podrá conferir al paisaje su conmovedora belleza (Wulf ). Expulsión de multiplicidades diversas en favor de copias originales. «Una víctima que los blancos necesitan para poseer vida, ocupar subjetividad y construir mundos» (Halberstam 61). Construcción de signos imperativos: la moral cristiana de sojuzgar la tierra y ejercer dominio sobre todo lo que existe. El entorno no es más que el telón de fondo que, en la penumbra (tenebrismo o claroscuro), permite distinguir el brillo del protagonista. Composición centrada en un punto claro de interés.


2 Lo dice así el Requerimiento, redactado por Juan López de Palacios Rubio por orden del rey Fernando el Católico en 1511 (citado en Blanco 191).

3 El físico Carlo Rovelli apunta que «la solidez de la cosmovisión clásica no es más que nuestra miopía. Las certezas de la física clásica son solo probabilidades. La imagen del mundo nítida y sólida de la vieja física es una ilusión» (Helgoland 110).


*Fragmento de González-Reiche, Luisa. Desobedecer con alegría: Enactuar pedagogías poshutmanas. Cara Parens, 2024.

Imagen: Re/calcar un mapa (fragmento). Collage, 20241

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