Estás escuchando el viento, entre las montañas. Se abre paso a través de la neblina fría, espesa. El movimiento de esa pastosidad blanca hace tronar las ramas más finas de los árboles.
—Dejá de atormentarte por nuestra agonía—.
El cementerio, detrás de la montaña, es silencioso y aún así lográs percibir el respiro multifónico de sus habitantes.
—En medio de lo que vivimos, de la riqueza del ambiente y la quietud de la cotidianidad, aquellos días fueron solo una breve crisis –la naturaleza de las crisis, acordate, es que se resuelven, aún si nuestra solución fue la muerte—.
Las perdices se llaman, como buscándose en el vacío. Tus hijos corren en el jardín. Sus risas rebotan en el frente de la casa y la madera, crujiendo, les responde. Entran corriendo, se quitan los zapatos, los deslizan por el pasadizo que da al sótano, donde caen con un ruido seco.
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