En inglés, tanto la palabra kind como kindness tienen la raíz kin, cuyo significado es familia, raza, tipo, rango, tribu y naturaleza. Como adjetivo, sintetizado en akin, tiene que ver con relación consanguínea. Kind significa, desde su etimología, ser amigable o hacer bien a otras personas, pero también está ligado al uso medieval de kinde: innato o nativo, utilizado para referirse a los sentimientos que los parientes expresan entre sí. De allí también su uso como benevolente, compasivo, amoroso y tierno. Kindness, por otro lado, se deriva de kind como “cortesía, acciones nobles, sentimientos amables o gentiles” y está relacionada con el uso antiguo de kyndnes, que significa nación y también producir y aumentar.
En español encontramos una etimología similar para gentileza, derivada de gente y del latín gens o gentis: raza, familia, tribu o “el pueblo de un país, comarca o ciudad”. Gentil va a ser usado luego como “propio de una familia”, de linaje o noble, así como para referirse a la pertenencia a una nación (de ahí gentilicio y gentileza).
A partir de lo anterior, podemos pensar en el título de la última película de Yorgos Lanthimos como una exploración de los modos de relacionarse con aquellos que reconocemos como iguales y la manera como muchas veces reaccionamos cuando desconocemos o no reconocemos a alguien como parte de un nosotros, sea por parentesco, nacionalidad o identidad religiosa. Queda claro también, desde estas raíces, que dichas relaciones se limitan a relaciones exclusivas entre humanos o, dicho de otra manera, a la manera como los vínculos han sido organizados como propios de lo humano o incluso humanizantes (como aparato de producción corporal de donde surge la noción de humano, una entidad técnico-natural que no pre-existente con fronteras determinadas). Aquellos que no son capaces de mostrar cualidades de gente son, necesariamente, menos que humanos o no humanos. Aquellos cuyos lenguajes o modos de expresión nos son incomprensibles -lo divergente o distinto- está fuera de nuestra capacidad para la empatía y simpatía. La frontera que se produce aquí, y que es fundamental para el gran mito de la modernidad (humanista, antropo(falo)céntrica), es aquella entre la naturaleza y la cultura.
Kids of kindness, o en español Tipos de gentileza, más que un largometraje, consiste en tres cortometrajes con el mismo reparto en los que se exploran situaciones que involucran la búsqueda del reconocimiento y la aceptación tanto como las condiciones y sacrificios que puede implicar alcanzarlos. Co-escritas con Efthymis Filippou -con quien Lanthimos colaboró en sus películas más características: Alps: los suplantadores (2011), Colmillos (2009), Langosta (2015) y El sacrificio del siervo sagrado (2017) así como en el cortometraje Nimic (2019)-, estas tres historias vuelven a combinar el humor negro, el horror (corporal) y el drama sin caer en el surrealismo forzado (ni la pretensión política feminista) de Pobres Criaturas (2023), la narrativa lineal y el exceso visual que esta comparte con La favorita (2018) y que acaba por imponerse sobre lo demás.
En «La muerte de RMF», el primer cortometraje, la complacencia, la obediencia y el castigo o la venganza trazan la ruta del héroe: un pobre infeliz cuya existencia se limita a los mandatos de un millonario que está convencido de que su poder económico le da licencia para dominar a otros. Las pruebas, el sacrificio, el arrepentimiento y el perdón forman parte del recorrido que han de llevar al héroe a obtener la recompensa del reconocimiento, en este caso de parte de un hombre poderoso con complejo divino o, en otras palabras, de la autoridad propia de la hetero-masculinidad blanca.
En “RMF está volando”, las pruebas de amor, la sumisión y las exigencias se presentan como ingredientes centrales de la relación de pareja (heteronormada), donde los secretos compartidos implican la disposición al autosacrificio y la subyugación. El retorno no tiene que ver aquí con la recuperación luego de la pérdida sino con el restablecimiento de un orden, la cristalización del poder soberano del marido.
La última historia, “RMF come un sándwich», recoge elementos como la higiene y la pureza como estrategias para establecer límites entre lo bueno y lo malo o lo aceptable e inaceptable. Esto, necesariamente, de la mano de un discurso mesiánico que demanda devoción y sacrificio. Así, la violación es castigada no por lo que es sino por haber roto el mandato de pureza establecido por el grupo, lo que aquí puede entenderse también como fraternidad anti-femenina. Aquellos que se auto-atribuyen el papel de elegidos abusan de otras personas que aspiran a también serlo.
A lo largo de las casi tres horas de duración, Lanthimos nos lleva, junto a los personajes, a atravesar situaciones incómodas y desconcertantes, quizás no tanto por el absurdo de las circunstancias sino por la manera en que nos coloca, a través de la extrañeza, ante situaciones que nos son demasiado cercanas. Al mismo tiempo, podemos pensar en estas historias como puntos de partida para re-pensar el poder como potestas: el ejercicio que nos permite abusar de otros -humanos o no humanos- como hemos sido abusados -aún cuando se disfraza de igualdad– y que establece límites claros entre lo deseable y lo indeseable, lo permitido y lo prohibido, lo falso y lo verdadero (el problema de la verdad es siempre un problema moral). El poder como potencia, en cambio, implica que la agencia es siempre colectiva y transgrede los límites de lo reconocible, lo familiar, lo propio y lo exclusivamente humano. Es ahí donde la divergencia, la disyunción y la diferencia se vuelven afirmativas. Como escribe Judith/Jack Halberstam en El arte queer del fracaso, acaso debamos olvidarnos de la familia, del linaje y de la tradición para empezar desde un lugar nuevo, no el lugar donde lo viejo engendra lo nuevo, donde lo viejo deja lugar a lo nuevo, sino donde lo nuevo comienza de nuevo.
Texto escrito para el anuario de cine de la Sociedad Fílmica Iximuleu.
Imagen: Still de la película Kinds of Kindness, Yorgos Lanthimos, 2024.