MERCEDES

Estás escuchando el viento, entre las montañas. Se abre paso a través de la neblina fría, espesa. El movimiento de esa pastosidad blanca hace tronar las ramas más finas de los árboles.

—Dejá de atormentarte por nuestra agonía—.

El cementerio, detrás de la montaña, es silencioso y aún así lográs percibir el respiro multifónico de sus habitantes.

—En medio de lo que vivimos, de la riqueza del ambiente y la quietud de la cotidianidad, aquellos días fueron solo una breve crisis –la naturaleza de las crisis, acordate, es que se resuelven, aún si nuestra solución fue la muerte—.

Las perdices se llaman, como buscándose en el vacío. Tus hijos corren en el jardín. Sus risas rebotan en el frente de la casa y la madera, crujiendo, les responde. Entran corriendo, se quitan los zapatos, los deslizan por el pasadizo que da al sótano, donde caen con un ruido seco.

—Pero la muerte es cuestión de perspectiva. La maternidad me llegó como a la mayoría en esta época y a muchas en la tuya, sin anuncio y sin preparación previa; igual llega la muerte, la madre que nos deja o nos quita la vida—.

La nana vierte limonada en las jícaras y los niños la beben a borbotones, suspiran, se agitan. Corren de nuevo, ahora dentro de la casa, somatando los talones.

—Mis hijos tuvieron privilegios y por lo mismo fueron también testigos de la desigualdad –esa que te marca el cuerpo cuando llevas al opresor dentro. El haber visto la muerte tan de cerca también los hizo fuertes, y los hizo rebeldes—.

Tu padre tose en la habitación de al lado, cierra la pianola. Las cuerdas y la madera, al unísono, provocan un estruendo seco.

—Luchar por el reconocimiento de mi padre a la vez que no querer convertirme en él les dejó a ellos la convicción de su postura, de su espacio de enunciación, uno que nunca abandonaron, aunque el quiebre de la familia y el traslado a la capital haya pretendido obligarlos a hacerlo—.

Se aproxima, el peso de su cuerpo fornido hace vibrar el suelo. Se abre la puerta, los niños se esconden. Ahogan sus risas con sus manos diminutas.

—Pero esa historia la conocés más que yo… Para vos soy un espectro (acontecimiento, visita) y una tumba de calicanto, entre otras, en medio de los cafetales—.

Ensamblajes minerales, vegetales y fúngicos. Bichos subterráneos y rastreros, raíces, inscripciones en múltiples lenguajes. No solo ya los nombres tallados en la superficie de calicanto, degradados al ritmo de los cuerpos, su transformación permanente, su hacerse-con todo lo demás. Flores silvestres, hierba tierna, grillos, mariposas, chicharras… Las potencias requieren de cierta fuerza.

—La tristeza también puede (re)generar alegrías. El cementerio es una algarabía, constante re/generación: enacción de potencias, aumento de agencias—.

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